Por primera vez desde que Donald Trump sorprendiera al mundo ganando la presidencia de EE.UU. en 2016, los norteamericanos votan hoy en unas elecciones legislativas que tanto demócratas como republicanos han decidido convertir en un referendo sobre el presidente. Consciente de la importancia que para su Gobierno tiene mantener la mayoría en el Capitolio, Trump participó ayer en tres mítines en otros tantos estados decisivos para su partido —Ohio, Indiana y Misuri— en los que defendió el buen estado de la economía y la necesidad de endurecer las regulaciones migratorias.
«Aunque mi nombre no esté en las papeletas, estas elecciones son también sobre mí y sobre lo que hemos logrado hasta ahora. Hoy tenemos la mejor economía en la historia de este país. He de confesar que no sabía que lo íbamos a conseguir tan pronto, pero ya lo hemos conseguido», dijo ayer el presidente en la ciudad de Cleveland, en Ohio. «Los demócratas van a detener este crecimiento económico. El plan de gobierno de los demócratas es una pesadilla socialista. El de los republicanos es recuperar el sueño americano».
Hace dos años, la escasa movilización de los demócratas y la animosidad que despertaba Hillary Clinton le brindaron la presidencia a Trump, que ganó el colegio electoral —los compromisarios encargados de elegir al presidente— a pesar de haber obtenido 2,9 millones de votos menos que su contrincante. Los demócratas no han superado el trauma de 2016 y los republicanos, en especial Trump, quieren ratificar el resultado de aquellas elecciones, sobre todo ante la investigación del fiscal especial Robert Mueller sobre las injerencias de Rusia durante aquella campaña.
La batalla se libra, sobre todo, en la Cámara de Representantes, que nació para plasmar en leyes la opinión pública y cuyos escaños son proporcionales al reparto de población en 435 distritos. Todos los presidentes desde Ronald Reagan han gobernado en algún momento con la mayoría de la Cámara en contra. De los ocho años de presidencia de Barack Obama, seis fueron con una mayoría republicana en ella. Las encuestas más recientes prevén que por primera vez desde 2010 los demócratas se hagan con su control.
La victoria de Trump no sólo rompió al Partido Demócrata. Ha provocado una profunda transformación en los republicanos. Quien desde 2015 ha presidido la Cámara de Representantes, Paul Ryan, no se presenta a la reelección en Wisconsin, a pesar de que en su día fue la apuesta de futuro de su partido: héroe del movimiento del Tea Party y candidato a vicepresidente en 2012. Sus encontronazos con Trump, sobre todo en materia migratoria, han sido demasiado constantes y públicos como para que mantuviera un puesto tan importante, tercero en la línea de sucesión del presidente.
Pelosi, la candidata a batir
En el caso de que los demócratas recuperen el control de la Cámara, Nancy Pelosi se postula para presidirla, como ya hiciera en los últimos años de la presidencia de George W. Bush. La representante de San Francisco es uno de los pocos líderes políticos del país cuya popularidad está por debajo —y por un tramo considerable— de la del propio Trump. En la semana pasada Pelosi ha recorrido el país de norte a sur y de este a oeste, prometiendo bloquear el grueso de las propuestas de Trump, sobre todo en asuntos migratorios.
Pelosi se ha convertido así en la principal candidata a batir por los republicanos y por el propio Trump, que la ridiculiza abundantemente en sus mítines. De los 2.000 millones de euros que se han invertido en anuncios en esta campaña, la mayoría de los republicanos hace referencia a ella. En uno de ellos, el hijo mayor del presidente, Donald Jr., asegura: «Corremos el riesgo de que los demócratas se hagan con el control del Congreso y que la vieja cansada de Nancy Pelosirecupere la presidencia de la Cámara».
Los republicanos cuentan con mantener la mayoría en el Senado, sede de la representación territorial y menos dado a los vaivenes ideológicos de la cámara baja. La razón es que de los 35 escaños que se renuevan, 26 ya están en manos de los demócratas. Algunos de estos senadores están en una posición francamente débil, como Claire McCaskill, que representa a un Estado conservador como Misuri y puede pagar cara su oposición al juez Brett Kavanaugh durante su proceso de confirmación para el Tribunal Supremo, durante el cual fue acusado de agresión sexual.
Las últimas encuestas incluso prevén que los republicanos refuercen allí su mayoría. El empuje demócrata, sin embargo, se ha dejado notar también en algunos escaños hasta ahora sólidamente conservadores: el senador Ted Cruz, que le disputó las primarias a Trump en 2016, ve cómo su contrincante, el demócrata Beto O’Rouke, se le acerca desde la distancia en los sondeos. Y si un demócrata ganara en Texas, Trump sí tendría motivos para preocuparse.
En Texas, por cierto, se pondrá a prueba como en ningún otro estado la política migratoria de Trump, quien ha desplegado al ejército en la frontera para contener el avance de varias caravanas de emigrantes de Centroamérica que quieren pedir asilo en EE.UU. El presidente ha prometido detenerlos a todos en campamentos y rescindir el derecho de los niños nacidos de ‹sin papeles› a tener la ciudadanía norteamericana. «Si queréis más caravanas y queréis más criminalidad, votad a los demócratas», dijo ayer Trump en Ohio.