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Murió de cáncer una docente que fue «fumigada» y luchó contra los agrotóxicos

"Ana Zabaloy sufrió en su cuerpo lo que denunciaba" Estaba al frente de la escuela rural 11, de San Antonio de Areco. Lideró la lucha para que dejaran de envenenar a sus alumnos.

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Fue directora de una de las tantas escuelas fumigadas a lo largo y ancho del país. Le puso el cuerpo a los agrotóxicos y salió a pelear para que dejaran de fumigar, por aire y por tierra, a sus alumnos. El domingo por la tarde, a la hora de la siesta, murió en su pueblo de San Antonio de Areco, al que defendió del veneno, la docente Ana Zabaloy, que había sido directora de la Escuela Rural número 11 de esa ciudad. De tanto poner el cuerpo, fue afectada por una serie de enfermedades provocadas por la agresión permanente de los venenos que se utilizan para aumentar las ganancias de los terratenientes. «Se nos fue Ana Zabaloy, una de nuestras maestras fumigadas, emblema de la lucha contra el uso de agrotóxicos en la provincia de Buenos Aires y símbolo de la batalla que libran las docentes en nuestras escuelas rurales», declaró Patricio Eleisegui, autor del libro «Envenenados: Una bomba química nos extermina en silencio».

En un comunicado, el Consejo Ejecutivo Provincial de Suteba expresó que «despide con dolor» a la docente fallecida y al mismo tiempo convoca a «redoblar la lucha contra las fumigaciones, porque ese es el mejor homenaje» a Zabaloy. El sindicato que agrupa a los docentes bonaerenses destacó que ella «luchó incansablemente contra las fumigaciones sobre las escuelas y colaboró con el Suteba de San Antonio de Areco en la elaboración de la Ordenanza 4226/17, que limita el uso de los agrotóxicos, y que prohíbe su aplicación aérea», algo que se hacía con frecuencia en la escuela rural 11 en la que Zabaloy fue directora.

Además de asumir el compromiso de «mantener su lucha para evitar que los agroquímicos perjudiquen la salud de nuestro pueblo», Suteba exigió «a quienes gobiernan que se legisle de modo tal que las prácticas agrícolas sean eficaces y saludables». La entidad gremial advirtió que «el cuidado de la vida debe prevalecer por encima del negocio de las minorías privilegiadas que hoy gozan de impunidad». Eleisegui, por su parte, señaló que la docente fallecida «sufrió en su cuerpo los efectos de venenos como el 2,4-D», cuyo uso fue prohibido en varios países. Su historia clínica fue mudando «de una parestesia facial a la insuficiencia respiratoria, pasando por consecuencias de salud mucho más graves», hasta que «devino en otro ejemplo de cómo el modelo agrotóxico apaga nuestra supervivencia».

En el recuerdo a Zabaloy, se resaltó que «peleó del lado y a favor de la vida hasta que decidió volverse eterna». También le rindió homenaje el senador nacional Fernando «Pino» Solanas, quien dijo que «murió de cáncer una de las ‘maestras fumigadas’ que vivió protegiendo la escuela rural, donde era directora y donde padeció las enfermedades que la llevaron a la muerte. Eso pasó al recibir, igual que sus alumnos, pulverizaciones con agroquímicos» durante años.

El 5 de octubre de 2015 la Escuela 11 José Manuel Estrada, ubicada a 20 kilómetros del casco urbano de Areco, fue fumigada una vez más, en horario escolar, incumpliendo las normas establecidas por la normativa vigente en la zona. Ese día, como tantos otros, Ana Zabaloy salió al aire por la Red de Medios Alternativos para denunciar que estaban usando «sustancias muy fuertes que en otros países se han prohibido y que eso esté pasando en el patio de la escuela es preocupante».

La maestra rural precisó que ese lunes de octubre «cuando salimos al patio, nos sentamos en las hamacas, y vimos un mosquito (la máquina que se usa para fumigar), cruzando la calle de la escuela, a unos 30 metros», en plena tarea de fumigación. Precisó que «el mosquito iba dando toda una vuelta alrededor del terreno y en ese momento estaba pasando enfrente de la escuela, algo que ya nos ha pasado en otras ocasiones».

Las normativas, es cierto, tienen una importancia relativa a nivel de prevención dado que, como denunció ese día Zabaloy, fijan que se debe fumigar a una distancia de 100 metros «que no es nada, pero en este caso, además, era menor la distancia todavía». Tampoco lo podían hacer en horario escolar, pero igual lo hacían. Como consecuencia de «poner el cuerpo», como lo hizo siempre, la maestra rural es otra víctima de los agrotóxicos.

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