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Rosario puso a prueba la nueva normalidad con un impactante recital de Divididos

El recital de este viernes en el Anfiteatro Humberto de Nito significaba para Divididos el regreso a los escenarios y para Rosario, una prueba de fuego para la nueva normalidad tras un año de pandemia.

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El recital de este viernes en el Anfiteatro Humberto de Nito significaba para Divididos el regreso a los escenarios y para Rosario, una prueba de fuego para la nueva normalidad tras un año de pandemia.

Si bien, ya hace algunas semanas que en la ciudad se habilitaron los espectáculos con protocolo y algunos de ellos con asistencias masivas dentro de lo permitido, el concierto del power trío, que se caracterizó por los climas vibrantes que generaban en cada presentación, iba a dar cuenta hasta donde hay conciencia de las nuevas pautas sanitarias para transitar los espacios públicos.

«Es algo muy distinto a lo que estábamos acostumbrados y es muy importante resaltar, como dijo ayer Mollo, que depende mucho de cada uno que podamos seguir disfrutando de espectáculos en vivo. Hay que cuidarse para cuidar al otro», consideró para LPO Maia Rizza, encargada de prensa.

En rigor, la platea cumplió con todas y cada una de las pautas: «no está permitido pararse, solo para ir al baño, ni quitarse el barbijo y algo muy importante, no se puede hacer pogo», fue el pedido insistente del acomodador al ubicar a los espectadores en sus burbujas.

Previamente, la policía controlaba el distanciamiento social en la fila y al ingreso del predio, la correspondiente medición de temperatura y aplicación de sanitizante para manos. «Gracias por acompañar, gracias por atender. Les debo las púas, les debo los abrazos», se despidió Ricardo Mollo luego de tocar Ala Delta después de casi dos horas de show.

Recién cuando se acercaba el final y sonó los primeros acordes de Paisano de Hurlingham, el público se puso de pie y bailó en su lugar el enganchado con Rasputín. Tras el estribillo de Hey Jude, el vocalista viendo que la gente se dejaba llevar por la potencia de los temas, llamó a la calma:

«Estuvimos encerrados ocho meses para hacer esto; quédense diez minutos más para poder seguir haciéndolo. Cuando todo esto pase, vendrán los abrazos que siempre nos dimos», suplicó Mollo y la gente respondió positivamente y se contuvo en El 38 y Ala Delta.

«Esto es un intermedio entre un teatro y lo que nos gustaría. Esperemos que pronto podamos expresarnos con nuestros cuerpos», dijo el líder del trío que en una sola oportunidad tuvo que pedirle a un joven que se siente «así no tenemos quilombo porque si no, se termina todo esto».

Vida de Topos, Un alegre en este Infierno, Casi Estatuas, Alma de Budín y Elefantes en Europa fueron otros de los clásicos que disfrutaron los rosarinos: «nos pasamos toda la vida haciendo estas boludeces», bromeó Mollo luego de un poderoso instrumental que dejó extasiada a la platea en una noche impecable al lado del río Paraná con una luna llena anaranjada sobre el escenario.

Mientras tanto, la nueva normalidad se hacía presente en cada detalle del recital. Hasta los vendedores de cerveza, que no pararon de trajinar las gradas despachando bandejas en minutos, iban muñidos de rociadores con alcohol diluido para sanitizar las bocas de las latas. Lo mismo a la salida de los baños químicos.

Fue todo tan extraño y a la vez emocionante que de telonera actuó Ele Mariani, una joven cantante que interpretó varios temas de bossa nova que se llevó el aplauso del público rockero: «esto en los ’90 no pasaba», disparó un plateista entre risas.

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