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“Acaso, ¿Soy el guardián de mi hermano?” (F.T. 70)

Es la pregunta que toda persona debe hacerse si quiere realizarse como ser humano. Columna a cargo del padre Daniel Bevilacqua, de La Parroquia San Cipriano, dedicada a la reflexión espiritual.

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La Biblia plantea siempre la necesidad de los vínculos y el desafío de las relaciones entre nosotros. En este aspecto el mundo de hoy se destaca, por la indiferencia de lo que le sucede al otro, por ejemplo asaltan a una persona en la calle, y muchos escapan como si no hubieran visto nada, frecuentemente hay personas que atropellan a alguien con su automóvil y huyen. Sólo les importa evitar problemas, no les interesa si un ser humano muere por su culpa.

Estos son signos de un estilo de vida generalizado, que se manifiestan de diversas maneras y aún más sutiles. Además como todos estamos muy concentrados en nuestras propias necesidades, ver a alguien sufriendo nos molesta, nos altera, porque no queremos perder nuestro tiempo por culpa de los problemas ajenos.

Es hora de tomar conciencia y hacernos la pregunta que le hace Caín a Dios, Acaso, ¿Soy el guardián de mi hermano? Es la pregunta que toda persona debe hacerse si quiere realizarse como ser humano. Y la respuesta, nos tendría que conducir a reconocer la tentación de desentendernos de los demás; especialmente de los más débiles y que si bien hemos crecido en muchos aspectos como dice el Papa Francisco, somos analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles de nuestras sociedades. Nos acostumbramos a mirar para el costado, a pasar de largo, a ignorar las situaciones hasta que estas nos golpean directamente.

En la Carta Fratelli Tutti, Francisco nos dice claramente, que para transformar esta realidad tendríamos que adquirir la habilidad de crear una cultura diferente, que nos oriente a superar enemistades y a cuidarnos unos a otros.

Nos ayuda a comprender y a darnos luz a esta situación la parábola del buen samaritano, Lucas 10, 25-37. Ella pone de manifiesto la opción de fondo que necesitamos tomar para reconstruir este mundo que nos duele. Ante tanto dolor, la única salida es ser como el buen samaritano, porque toda otra opción termina o bien al lado de los malhechores o bien al lado de los que pasan de largo, sin compadecerse del dolor de la persona herida en el camino.

Acaso, ¿Soy el guardián de mi hermano?, Solo se logrará como lo expresa el Papa Francisco, a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se funde una sociedad de exclusión. Sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común, porque hemos sido creados para la plenitud que sólo se alcanza en el amor y la fraternidad. Ser el buen Samaritano es la propuesta más grande de Jesús, para quienes queremos que la dignidad humana sea valorada y cuidada, como nos gusta ser valorados y cuidados nosotros mismos.

Los abrazo, Hermanos Todos en el Señor.

Colaboradores de la Pquia. San Cipriano, y Padre Daniel.

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