El Papa Francisco en Fratelli Tutti, (255-262), expresa que hay dos situaciones extremas que pueden llegar a presentarse como soluciones en circunstancias particularmente dramáticas, que no sirven para resolver problemas y que suman factores de destrucción en el tejido de la sociedad nacional y universal . Ellas son la guerra y la pena de muerte.
La guerra, frecuentemente se nutre de la ruptura de las relaciones, de ambiciones y abusos de poder, del miedo al otro y a la diferencia con el otro, vista como un obstáculo insalvable.
La guerra es una amenaza constante y el mundo está encontrando cada vez más dificultad en el lento camino de la paz que había comenzado a dar algunos frutos.

La guerra es una negación de todos los derechos y una dramática agresión a la ecología socio-ambiental. Si se quiere un verdadero desarrollo humano integral para todos, se debe continuar incansablemente con la tarea de evitar la guerra entre los pueblos y las naciones. Para esto hay que recurrir al derecho y a la negociación, a los buenos oficios y al arbitraje, como propone la Carta de Las Naciones Unidas. Aplicada con transparencia y sinceridad, es un punto de referencia obligatorio de justicia y paz, siempre que el bien común mundial, esté por encima de los intereses particulares de un país o grupo, que ocasionen daño a los más débiles y perjudiquen la fraternidad universal.
A partir del desarrollo de las armas nucleares, químicas, y biológicas, y de las enormes y crecientes posibilidades que brindan las nuevas tecnologías, se dio a la guerra un poder destructivo fuera de control que perjudica a miles de civiles inocentes.
Por eso no podemos pensar en la guerra como solución, debido a que las pérdidas humanas y daños siempre serán superiores a las ventajas que supuestamente la guerra puede ofrecer.
En nuestro mundo globalizado, ante un conflicto bélico, ya no hay sólo “pedazos” de guerra en un país o en otro, sino que se vive una “guerra mundial a pedazos”, porque los destinos de los países están fuertemente conectados, en el escenario mundial.
San Juan XXIII, sostuvo y reforzó la convicción de que las razones de la paz son más fuertes que todo cálculo de intereses particulares puestos al servicio de la guerra, porque toda guerra deja al mundo peor que como lo había encontrado. La guerra es un fracaso de la política y de la humanidad, una derrota frente a las fuerzas del mal.
Para entender las consecuencias de la guerra hay que tomar contacto con las heridas y la carne de los perjudicados. Preguntar a las víctimas. Prestar atención a los que huyeron, a los que sufrieron la radiación atómica o los ataques químicos, a las mujeres que perdieron hijos, a los niños privados de su infancia. Prestar atención a la verdad de esas víctimas de la violencia, mirar la realidad desde sus ojos y escuchar sus historias con el corazón abierto. Así podremos reconocer el abismo del mal en el corazón de la guerra y no nos molestará que nos traten de ingenuos por elegir la paz.
La preocupación por la decisión de la guerra como forma de resolver conflictos, es cada vez más importante si tenemos en cuenta las catastróficas consecuencias humanitarias y ambientales derivadas de cualquier uso de armas nucleares con devastadores efectos indiscriminados e incontrolables en el tiempo y el espacio.
La realidad nos muestra que la paz y la estabilidad internacional no pueden basarse en una falsa sensación de seguridad, en la amenaza de la destrucción mutua o en la destrucción total y en el simple mantenimiento de un equilibrio de poder. Esta era la mentalidad previa a las dos guerras mundiales.
Por lo tanto, el deseo de la eliminación total de las armas nucleares se convierte en un desafío y en una urgencia moral y humanitaria, basados en la confianza mutua.
La confianza se puede construir sólo a través del diálogo que esté sinceramente orientado hacia el bien común y con el sano compromiso de que con el dinero que se usa en armas y otros gastos militares, se constituya un Fondo Mundial. Este fondo serviría para acabar con el hambre y para el desarrollo de los países más pobres, de tal modo que sus habitantes no abandonen sus países para buscar una vida más digna.
Luego de leer estas ideas que nos presenta la Iglesia. Les comparto que cuantas veces se ha hablado de recortar dinero mal gastado por los que toman las decisiones. Siempre fue mi deseo que dejáramos de gastar dinero en armas. Cuando comenzó la pandemia, me sorprendió saber las pocas fábricas dedicadas a hacer máscaras de oxígeno, contra la cantidad de fábricas de armas. El presupuesto de defensa de las grandes potencias en el año 2020, a pesar de la pandemia, fue de 1650 millones de euros. Esas grandes potencias quieren que recortemos presupuesto en ayuda a los pobres, en presupuesto de salud, en presupuestos de instituciones intermedias. Y ven en personas que quieren radicarse en sus países como peligros potencias o hipótesis de conflicto. Cuando si, como dice el Papa se gastara un parte de ese dinero en promoción social de países en situaciones de fragilidad, sería mucho más posible la instauración de un paz duradera. Rezo porque un día las nuevas generaciones quieran disminuir lo que se gasta para dañar a la humanidad; y gastar ese dinero en ayuda humanitaria. Esas generaciones conseguirían la paz que nosotros no hemos sabido construir.
Los abrazo, Hermanos Todos en el Señor.
Colaboradores de la Pquia. San Cipriano, y Padre Daniel.




