El Papa Francisco en Fratelli Tutti, (246 – 254) explica, que el perdón es un hecho personal, y nadie puede imponer al conjunto de una sociedad una reconciliación social, aun cuando deba sugerir esta actitud. Porque a quien sufrió mucho de manera injusta y cruel, no se le debe exigir una especie de “perdón social”.
En lo personal, con una decisión libre y generosa, alguien puede renunciar a exigir un castigo (cf. Mt 5,44-46), aunque la sociedad y su justicia legítimamente lo busquen. Pero no es posible decretar una “reconciliación general”, pretendiendo cerrar por decreto las heridas o cubrir las injusticias con un manto de olvido.
Es conmovedor ver la capacidad de perdón de algunas personas que han sabido ir más allá del daño sufrido, pero también es humano comprender a quienes no pueden hacerlo.
En todo caso, lo que jamás se debe proponer es el olvido.
No deben olvidarse los bombardeos atómicos a Hiroshima y Nagasaki. No podemos permitir que las actuales y nuevas generaciones pierdan memoria de lo sucedido, porque esa memoria es garantía y estímulo para construir un futuro más justo y más fraterno. Tampoco deben olvidarse las persecuciones, el tráfico de esclavos y las matanzas étnicas que ocurrieron y ocurren en algunos países.
Todo hecho histórico que nos avergüenza como humanos, debe ser recordado siempre.
Es fácil caer en la tentación de dar vuelta la página diciendo que ya hace mucho tiempo que sucedió y que hay que mirar hacia adelante, pero no se puede avanzar sin memoria y no se evoluciona sin una memoria íntegra y colectiva.
El perdón no implica olvido. Decimos más bien que cuando hay algo que de ninguna manera puede ser negado, relativizado o disimulado, sin embargo, podemos perdonar.
Cuando hay algo que jamás debe ser tolerado, justificado o excusado, sin embargo, podemos perdonar.
Cuando hay algo que por ninguna razón podemos permitir olvidar, sin embargo, podemos perdonar.
El perdón libre y sincero es una grandeza que refleja la inmensidad del perdón divino.
Los que perdonan de verdad no olvidan, pero renuncian a ser poseídos por esa misma fuerza destructiva que los ha perjudicado. Y deciden no influir en la sociedad con intenciones de venganza que tarde o temprano terminan recayendo sobre ellos mismos. Hay crímenes crueles, y hacer sufrir a quien los cometió como una acción vengativa, no sirve para sentir que se ha reparado el daño. Porque la venganza no resuelve ni repara nada.
Aquí no hablamos de impunidad. Pero la justicia se busca adecuadamente por amor a la justicia misma, por respeto a las víctimas, para prevenir nuevos delitos y en orden a preservar el bien común, no como una supuesta descarga de la propia ira. El perdón es precisamente lo que permite buscar la justicia sin caer en el círculo vicioso de la venganza ni en la injusticia del olvido.
El Papa Francisco nos dice que pide a Dios que prepare nuestros corazones para el encuentro con los hermanos más allá de las diferencias de ideas, lengua, cultura, religión; y que todo nuestro ser se llene con la fuerza de la misericordia que cura las heridas de los errores, de las incomprensiones, de las controversias y nos de la humildad y mansedumbre para transitar por los caminos arriesgados, pero con la intención y los actos que nos lleven a alcanzar la paz.
No queremos alargar este texto, más bien les animamos a una relectura reflexiva, ya que en unas pocas líneas el Papa nos ha aclarado algo que normalmente vuelve a preguntarse en el confesionario ante la dificultad del Perdón. Solo agrego que el perdonar hace de nosotros alguien más libre a la hora de seguir adelante, sin olvidar, sin justificar.
Los abrazo, Hermanos Todos en el Señor.
Colaboradores de la Pquia. San Cipriano, y Padre Daniel.