El Papa Francisco en Fratelli Tutti, nos conduce a considerar que muchas veces no se comprende adecuadamente el concepto de amor universal; y nos explica que el amor que se extiende más allá de las fronteras tiene en su base lo que llamamos, “amistad social” como un camino indicado para construir un mundo mejor, más justo y pacífico, con el compromiso de todos, personas e instituciones en cada ciudad y en cada país. Y cuando esta amistad es genuina dentro de una sociedad es una condición posible para lograr una verdadera apertura universal.
Pero no se propone un universalismo abstracto, autoritario, digitado, o planificado por unos pocos y presentado como un supuesto sueño de homogeneizar y dominar a todos desde la uniformidad, que elimina todas las diferencias y tradiciones en una búsqueda artificial de la unidad. Porque este falso sueño universalista termina quitando al mundo su variado colorido, su belleza, y en definitiva su humanidad. Esta idea subyace los fundamentos del libre comercio, y en ver a las naciones como posibles socios si ajustan su cultura a determinados modelos de globalización.


No se trata de estar en contra de la condición de socio que permite realizar proyectos que alguien aislado no podría concretar. El socio es a quien me uno para desarrollar algún objetivo común, conociendo de antemano la posibilidad de obtener ganancias o compartir perdidas. El cambio nosotros no buscamos asociarnos, sino acercarnos a todo ser humano, sabiendo que es un hermano a quien hay que amar buscando su bien.
En este esquema de uniformidad que propone la globalización, es muy difícil ser prójimo, por el contrario nos acercamos al otro viéndolo más bien como un “socio”, o como alguien útil para desplegar nuestros intereses particulares; como los que se asocian por intereses comunes, para obtener beneficios personales.
Por eso en la actualidad, la parábola del buen samaritano, todavía tiene mucho para proponernos. Ante la posibilidad de extraer de ella la riqueza del que se compadece por el otro y obra para producir el bien que necesita, porque es un hermano que sufre abandono y no por ser alguien del que se puede obtener una ganancia o beneficio.
Podemos preguntarnos: ¿Qué reacción podría provocar hoy esa narración, en un mundo donde aparecen constantemente, y crecen grupos sociales que se aferran a una identidad que los separa del resto? y ¿Cómo puede conmover el samaritano de la parábola, a quienes tienden a organizarse de manera autoprotectora y autorreferencial? ¿Cómo puede el samaritano, sacarnos del encierro del sálvese quien pueda? Hasta ahora nos acercamos sin querer involucrarnos con el otro, es más fácil buscar un alguien con quien hacer un negocio, que buscar un prójimo con quien vivir el sueño de la fraternidad universal.
En el mundo actual, si queremos que la familia humana aprenda a vivir juntos en armonía y paz, es imprescindible rescatar y restaurar el concepto del prójimo desde la parábola, donde el mismo Jesús nos llama a considerarnos prójimos-hermanos.
El hombre estaba herido en el camino y los personajes que pasaban al lado no se concentraban en ese llamado interior de volverse cercanos, sino en su función, en el lugar social que ellos ocupaban, en una profesión relevante en la sociedad. Se sentían importantes para la sociedad del momento y su urgencia era el rol que les tocaba cumplir. El hombre herido y abandonado en el camino era una molestia para ese proyecto, una interrupción y a su vez alguien que no cumplía función alguna, ni expectativa de beneficio.
El samaritano con su generosidad, se resistía a estas visiones cerradas sobre el prójimo, aunque él mismo quedaba fuera de cualquiera de las categorías existentes (estatus aceptado). Se acerca a su prójimo a pesar de quedará estigmatizado por su acción. Así libre de toda estructura mental, fue capaz de interrumpir su viaje, de cambiar su proyecto de vida, de estar disponible, para abrirse a la sorpresa de encontrar en el hombre herido que lo necesitaba, a un hermano.
Recordemos lo visto uno de nuestros artículos anteriores: El Valor Único Del Amor. Para lograr lo que propone el Evangelio en Mateo 23, 8 “Todos ustedes son hermanos”, tenemos que aspirar a la fraternidad universal, porque nadie madura, ni alcanza su plenitud aislándose, al contrario, por su propia dinámica, el amor reclama una creciente comprensión de aquello que nosotros haríamos diferente, mayor capacidad de aceptar a otros, en una aventura de integrar todas las realidades periféricas y todos los excluidos, hacia un pleno sentido de pertenencia mutua.
Desde esta perspectiva se nos invita a ser felices y vivir en una plenitud de amor universal que nos guíe a la aceptación del otro con todas sus diferencias en una abierta amistad social, pero sólo se alcanzará cuando consideremos al otro como prójimo y no como un socio para obtener beneficios personales.
Los abrazo, Hermanos Todos en el Señor.
Colaboradores de la Pquia. San Cipriano, y Padre Daniel.




