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Amor universal que promueve a las personas

Columna a cargo del padre Daniel Bevilacqua, de La Parroquia San Cipriano, dedicada a la reflexión espiritual.

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“La altura espiritual de una persona está marcada por el amor, que es el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana” (92 FT) Volvemos una y otra vez a este pasaje de Fratelli Tutti, porque el amor es la virtud o fuerza necesaria para poder aceptar al prójimo como hermano. Sobre todo si esa persona frente a nosotros, no tiene las características que nos gustan o hacen sentir cómodos. El amor cuando es una fuerza activa en nosotros, nos hace salir en ayuda de quien lo necesita aunque no nos caiga bien, o sepamos que haya actuado en forma impropia del ser humano. Es allí cuando el amor se vuelve activo en la promoción de la persona, y se puede desarrollar un trabajo perseverante. El Papa quiere ayudarnos a encontrar caminos o alternativas hacia donde conducir la fuerza creativa y transformadora del amor. Los iremos descubriendo en los párrafos siguientes.

En la encíclica Fratelli Tutti, el Papa Francisco nos dice que para lograr la amistad social y la fraternidad universal es esencial reconocer el valor del ser humano como tal, siempre y en toda circunstancia. Este principio elemental para la vida social, lamentablemente suele ser ignorado, por el hecho de haber nacido en un lugar con menos recursos o escaso desarrollo, como si estas personas tuvieran un nivel menor. Todos tienen que vivir con dignidad y con la posibilidad de desarrollarse integralmente, sin tomar en cuenta sus condiciones de nacimiento y desarrollo. Porque la dignidad humana no está fundamentada por las circunstancias, ni por la valoración de su capacidad laboral, ni por lo que tiene o administra, sino por el hecho de pertenecer a la genealogía humana.

En la actualidad nos encontramos con sociedades, que sólo consideran este principio de dignidad en forma parcial, porque si bien, aceptan que haya posibilidades para todos, sostienen que a partir de allí, todo depende de cada uno, como si no tuviera sentido invertir en el desarrollo de los más débiles y frágiles porque, esto podría implicar una menor eficiencia en la producción y utilidad.

Ante esta realidad adversa, el Papa propone, Estados presentes, activos, y ocupados, en orientar en primer lugar a las personas y su desarrollo cualquiera sea su condición y al logro del bien común, que abarca a toda la comunidad, sin distinciones.

Algunas personas nacen en familias de buena posición económica, reciben buena educación, crecen bien alimentados, o poseen naturalmente capacidades destacadas. Ellos seguramente no necesitarán un Estado activo y sólo reclamarán libertad. Pero no cabe la misma regla para una persona en inferioridad de condiciones físicas, sociales, económicas, educativas, y otras. Si en estos casos la sociedad se rige primariamente por los criterios de la libertad de mercado y de la eficiencia, no hay lugar para ellos, y la fraternidad será difícil de alcanzar.

En consecuencia, para lograr la fraternidad como realidad concreta y no quedarnos en una mera expresión romántica de deseos, los Estados tienen que trabajar para procurar, el desarrollo integral de las personas con discapacidad, de los que nacen en hogares pobres, de los que no tienen posibilidades de curar sus enfermedades, de los que no pueden acceder a una educación de calidad normal y de todos aquellos que viven en condiciones de vulnerabilidad, por ser víctimas del descarte. Por lo tanto, es necesario prestar atención para no caer en algunos errores que puedan originarse, en una mala interpretación de los derechos humanos y de un mal uso de los mismos, que nos hagan caer en abusos, conflictos, y violencias.

Una sociedad humana y fraterna, es capaz de preocuparse de garantizar de modo eficiente y estable que todos sean acompañados en el recorrido de sus vidas, no sólo para asegurar sus necesidades básicas, sino para que puedan dar lo mejor de sí, aunque su rendimiento no sea el mejor, vayan más lentos y sean poco destacados, porque la persona con sus derechos inalienables, está abierta a los vínculos y al encuentro con otros, siendo necesario esforzarnos para que el derecho de cada uno, sea armónicamente ordenado para alcanzar el bien de todos, cómo única forma de posibilitar la amistad social y la fraternidad universal.

En este contexto, yo el Padre Daniel, pienso que el amor y la fraternidad, no deben ser algo que se declama con superficialidad. Sino que el amor debe ser la fuerza que nos lleve a la fraternidad. El amor, debe ser lo que nos haga trabajar por el otro, aunque en algunos momentos estemos enojados con nuestros prójimos, pero sabiendo que solo ayudándolos y apoyándolos para que recuperen su dignidad humana, en lugar de oprimirlos o sojuzgarlos, es el único camino hacia la amistad social y la paz.

Los abrazo, Hermanos Todos en el Señor.

Colaboradores de la Pquia. San Cipriano, y Padre Daniel.

(F.T. 106-111)

 

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