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Promover la solidaridad como un bien moral.

Columna a cargo del padre Daniel Bevilacqua, de La Parroquia San Cipriano, dedicada a la reflexión espiritual.

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(FT 112-117)-El amor provoca el deseo y la búsqueda del bien de los demás y de toda la humanidad, supone procurar una maduración de las personas y de las sociedades en los distintos valores morales que lleven a un desarrollo humano integral, para procurar lo excelente, lo mejor para los demás, como el crecimiento en una vida sana, el cultivo de los valores y el bienestar integral. Es un fuerte deseo del bien, una inclinación hacia todo lo que sea bueno y edificante para todos.

El Papa Francisco, en Fratelli Tutti, destaca con dolor que ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, que se burla de la ética, de la bondad, de la fe, y de la honestidad. Esa destrucción de todo fundamento de vida social termina con el enfrentamiento de unos con otros, para preservar los propios intereses individuales, sin importar el daño que se ocasiona a toda la humanidad.

A la pregunta que le hacen a Jesús. ¿Qué tengo que hacer para recibir la Vida Eterna? Jesús contesta amar a Dios y al Prójimo. Y luego prosigue regalándonos la parábola del buen Samaritano Lucas 10. 25-37. “El Samaritano Vio al hombre herido y se conmovió, se acercó, curo sus heridas, lo monto sobre su cabalgadura, lo llevo a una posada, y cuido de él, al día siguiente dejo pagado dos días de atención, y dijo que lo que gaste de más lo pagare al volver. Jesús dice ve tú y has lo mismo. Cfr. Lucas 10, 25-37.

Francisco, ante situaciones como esta, nos invita a volver a promover el bien, para nosotros mismos y para toda la humanidad, con el objeto de caminar juntos hacia un crecimiento genuino e integral. Para lograr esto, cada sociedad necesita asegurar que los valores se transmitan, porque si eso no sucede se difunde el egoísmo, la violencia, la corrupción en sus diversas formas, la indiferencia y una vida cerrada a toda aspiración a una vida más grande, y menos aún a la vida eterna.

Educar o comunicar para la solidaridad como tarea de todos.

Francisco destaca especialmente, el valor de la solidaridad, que como virtud moral y actitud social, fruto del paso del individualismo egoísta a una conciencia de pertenencia a la familia humana. Esto exige el compromiso de todos aquellos que tienen responsabilidades educativas y formativas. Por ejemplo las familias, llamadas a una misión educativa primaria e imprescindible. Ellas constituyen el primer lugar en el que se viven y se transmiten los valores de amor y de fraternidad, de la convivencia y del compartir, de la atención y del cuidado del otro, son también el ámbito privilegiado para la transmisión de la fe desde aquellos primeros simples gestos de religiosidad que las madres enseñan a sus hijos.

Los educadores y formadores que, en la escuela, tienen la trabajosa tarea de educar a los niños y jóvenes, están llamados a tomar conciencia de que su responsabilidad tiene que ver con las dimensiones morales, espirituales y sociales de la persona. Los valores de la libertad, del respeto recíproco y de la solidaridad se transmiten desde la infancia.

Los que se dedican al mundo de la cultura y de los medios de comunicación social tienen también responsabilidad en la educación y formación, especialmente en esta sociedad, en la que el acceso a los instrumentos de comunicación están muy extendidos.

La solidaridad se expresa concretamente en el servicio, que puede tomar formas diversas de hacerse cargo de los demás. En este caso servir significa cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo, es mirar el rostro de nuestro hermano, tocar su carne, sentir su projimidad y buscar la promoción del hermano. Por eso el servicio nunca es ideológico, ya que no sirve a ideas, sino que se sirve a personas.

Un ejemplo práctico de servicio solidario, se da cuando hablamos de cuidar la casa común que es el planeta, y acudimos a la conciencia universal y de preocupación por el cuidado mutuo que todavía puede quedar en las personas, porque si alguien tiene agua de sobra, y sin embargo la cuida pensando en la humanidad, es porque ha logrado una altura moral que le permite trascenderse a sí mismo y a su grupo de pertenencia.

Esta misma actitud es la que se requiere para reconocer los derechos de todo ser humano, aunque haya nacido más allá de las propias fronteras.

Los abrazo, Hermanos Todos en el Señor.

Colaboradores de la Pquia. San Cipriano, y Padre Daniel.

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