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Una buena relación e integración entre lo local y lo universal

Columna a cargo del padre Daniel Bevilacqua, de La Parroquia San Cipriano, dedicada a la reflexión espiritual.- F.T. 142-153

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No podemos tener diálogo con el otro sin identidad personal, del mismo modo no hay apertura entre pueblos sino desde el amor a la tierra, al pueblo, y a los propios rasgos culturales, porque desde allí puedo recibir el don del otro y ofrecerle algo verdadero desde mi propio don.

Cada uno ama y cuida con especial responsabilidad su tierra y se preocupa por su país, así como cada uno debe amar y cuidar su casa para que no se venga abajo, porque no lo harán los vecinos. Del mismo modo, el bien del universo requiere que cada uno proteja y ame su propia tierra. De lo contrario, las consecuencias del desastre de un país terminarán afectando a todo el planeta.

Esto, es un presupuesto de intercambios sanos y enriquecedores, que se produce con la experiencia de la vida en un lugar y en una cultura determinada. Porque lo universal no debe ser el imperio homogéneo, uniforme y estandarizado de una única forma cultural dominante, que puede hacer perder los colores que constituyen las riquezas culturales de la diversidad de los pueblos.

Siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos. Pero hay que hacerlo sin renunciar a la propia cultura  y sin abandonar las raíces de la historia del propio lugar, que es un don de Dios. Se trabaja en lo pequeño, en lo cercano, pero con mirada amplia.

Suele haber amor desmedido y una creencia de superioridad por lo local, que no son un amor sano al propio pueblo y a su cultura. Esconden un espíritu cerrado que, por cierta inseguridad y temor, prefiere crear murallas defensivas para resguardarse a sí mismo. En este caso no es posible ser sanamente local sin una sincera apertura a lo universal, sin dejarse interpelar por lo que sucede en otras partes, y sin dejarse enriquecer por otras culturas o sin solidarizarse con los dramas de los demás pueblos.

Si se piensa, desde las personas, lo podemos explicar, diciendo que mientras menos amplitud tenga en su mente y en su corazón, menos podrá interpretar la realidad cercana donde está inmersa. Sin la relación con quien es diferente, es difícil percibirse clara y completamente a sí mismo y a la propia tierra, ya que las demás culturas no son enemigas, sino que son reflejos distintos de la riqueza inagotable de la vida humana.

En conclusión, una sana apertura nunca atenta contra la identidad, porque el mundo crece y se llena de nueva belleza gracias a los encuentros que se producen entre culturas abiertas.

Y una adecuada  y auténtica apertura, supone la capacidad de abrirse al vecino, en una familia de naciones. Hoy ningún Estado nacional aislado está en condiciones de asegurar el bien común de su propia población.

Pensemos en nuestro pueblo, si cada uno se ocupa de sus propias necesidades y de las de su grupo de personas cercanas, sin una mirada amplia hacia las necesidades de los otros, difícilmente podrá comprender la totalidad de las carencias y privaciones de los demás miembros de nuestro pueblo, con el objetivo de trabajar para ayudar a alcanzarlas. Solo una mirada amplia nos hará capaces de construir la paz y la fraternidad universal.

Los abrazo, Hermanos Todos en el Señor.

Colaboradores de la Pquia. San Cipriano, y Padre Daniel.

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